Armando Pego responde a diversas cuestiones esenciales de su Trilogía güelfa desarrollando por extenso sus reflexiones. Puede leerse completa en este
enlace y más, por supuesto, en su Trilogía güelfa. Vaya aquí un fragmento de la entrevista:
El papel de la familia me lleva a
preguntarle por uno de los temas centrales que recorren esta trilogía:
el de la enseñanza. O más bien, el del desastre educativo en el que se
anudan el desprestigio de la lectura, de la memoria, de la belleza y del
humanismo. Como profesor universitario y padre, usted palpa este
colapso desde diferentes perspectivas. Mi pregunta sería la siguiente:
¿Se puede salir incólume –nosotros, los alumnos, nuestros hijos– de una
situación de crisis generalizada en la que incluso las instituciones
aparentemente más tradicionales se han rendido a las inteligencias
múltiples?
El psicoanalista italiano Massimo
Recalcati decía recientemente: “Si nuestro tiempo es la época de la
disolución de la potencia de la tradición, si es la época en la que el
padre se ha evaporado, ningún docente puede vivir de las rentas”. Con la
excusa de que, dejando de lado melancolías ilusorias, estamos
asistiendo a un cambio de paradigma lleno de oportunidades y
posibilidades, que va acompañado además de toda una jerga
pseudocientífica, la escuela ha dejado de ser un instrumento de
transformación social para convertirse en un laboratorio de pruebas de
todas aquellas prácticas que habrían de producir la deseada emancipación
de un modelo maligno que hoy sólo existe realmente en la imaginación de
sus promotores. Permítame decirlo: la innovación pedagógica, tan
constructivista, se ha convertido, más que en una revolución permanente,
en un arbitrismo profesional. Ya lo predijo Trotski en Literatura y
revolución (1924): “La necesidad fastidiosa de alimentar y educar a los
niños será eliminada para la familia debido a la iniciativa social. La
mujer saldrá por fin de su semiesclavitud. Al lado de la técnica, la
pedagogía formará psicológicamente nuevas generaciones y regirá la
opinión pública. En constante emulación de métodos, las experiencias de
educación social se desarrollarán a un ritmo hoy día inconcebible”. Los
índices de fracaso escolar o de pobreza infantil parecen enquistados. De
hecho, todo se ha reducido a cuestiones cuantitativas y estadísticas.
Se dice que la escuela y la universidad no se pueden conformar en
proporcionar a su alumnado competencias que, a la postre, mejoren sólo
los ránquines de ocupabilidad y de movilidad social y profesional, sino
que deben favorecer una formación integral de los futuros ciudadanos.
Ahora bien, el problema socrático de la enseñanza, que define el eros
como engendrar en la belleza, obligaría a algo que a nuestras sociedades
les indigna: preguntarse, aunque sea a tientas, por la verdad y la
falsedad de ciertos juicios. Y esta pregunta sólo puede plantearse, a mi
modo de ver, desde el corazón de la familia como célula básica de una
sociedad libre. Comprendo que al Estado, que se quiere convertir en
nuestro heredero universal, le interese más dar sólo respuestas
instrumentalizando una “sociedad civil” que legitime por extensión su
poder. Desazonado, Recalcati declaraba que los padres se han convertido
en sindicalistas de sus hijos, mientras -añado yo- los maestros deben
luchar denodadamente para evitar convertirse en comisarios políticos sin
atributos de un nuevo orden pedagógico que, como el Anticristo relatado
por Soloviev, se ha arrogado la obligación de abrirnos camino a la paz y
la prosperidad universal.
Armando Pego ha iniciado un nuevo blog-proyecto,
El peregrino absoluto.