Manuel Asende ha publicado en El País (25 de julio de 2015) una reseña sobre Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950) de Manuel Castillo y Juan Luis Rubio Mayoral.
“Al
carro de la cultura española le falta la rueda de la ciencia”,
sentenció Santiago Ramón y Cajal, único científico 100% español que ha
ganado un premio Nobel. El investigador recibió el galardón en 1906 por
descubrir las neuronas del cerebro y un año después predicó con el
ejemplo y se transformó en el carretero del país: se puso al frente de
la nueva Junta para Ampliación de Estudios (JAE), una institución que
pagaba a los mejores científicos españoles estancias en las grandes
universidades europeas y americanas.
La JAE contribuyó al
florecimiento de la Edad de Plata de las letras y las ciencias en España
durante el primer tercio del siglo XX. Hasta el físico Albert Einstein aceptó dirigir una cátedra extraordinaria
en la Universidad Central de Madrid en 1933. Pero el golpe de Estado de
1936 y la Guerra Civil barrieron este progreso. El 8 de diciembre de
1937, el general Francisco Franco disolvió la JAE y creó otra
institución para colocar la “vida doctoral bajo los auspicios de la
Inmaculada Concepción de María”.
El libro Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950),
editado por la Diputación de Sevilla y Vitela Gestión Cultural, repasa
ahora el desmantelamiento de la ciencia en España ejecutado por la
dictadura franquista. “A los que estudiamos en la Universidad española
entre finales de los sesenta y principio de los setenta nos hacían creer
que antes de 1940 la ciencia estaba atrasada y fue casi inexistente,
que todo lo que se estaba haciendo entonces provenía del actual régimen,
el cual había puesto los medios materiales y las personas adecuadas
para que la ciencia española progresara y saliera del atraso en que se
encontraba en la década de 1930. Pero nada más lejos de la realidad”,
reflexiona el historiador Manuel Castillo, catedrático emérito de Historia de la Ciencia en la Universidad de Sevilla y coautor del libro.
De
los 580 catedráticos que había, 20 fueron asesinados, 150 expulsados y
195 se exiliaron, señala el historiador Manuel Castillo
Castillo
recuerda que José Ibáñez Martín, ministro de Educación entre 1939 y
1951, asumió la decisión de “recristianizar la sociedad”. La represión
vació la universidad. De los 580 catedráticos que había, 20 fueron
asesinados, 150 expulsados y 195 se exiliaron, señala Castillo. “La
Iglesia supervisó o participó en cada una de estas denuncias”, afirma.
Uno
de los primeros en huir fue el físico Blas Cabrera, un experto en
magnetismo que había sido elegido miembro de la Academia de Ciencias de
París en sustitución del fallecido Svante August Arrhenius, premio Nobel
de Química. “A México llegaron medio millar de médicos e investigadores
de ciencias biomédicas”, prosigue Castillo. También escaparon grandes
figuras de las ciencias naturales, como Ignacio Bolívar, sucesor de
Ramón y Cajal al frente de la JAE en 1934, y Odón de Buen,
pionero de la oceanografía en España y un divulgador de la ciencia
cuyos libros fueron prohibidos por el papa León XIII por defender las
teorías de Darwin.
Las matemáticas españolas perdieron a Luis
Santaló, uno de los padres de la Geometría Integral, que se exilió en
Argentina y continuó investigando en la Universidad de Buenos Aires. En
1983, con 72 años, recibió el premio Príncipe de Asturias de
investigación científica. La química también se resintió. Antonio García
Banús, catedrático de Química Orgánica en la Universidad de Barcelona,
se exilió en Colombia y allí creó la Escuela de Química en la
Universidad de los Andes, en Bogotá. Enrique Moles, autoridad mundial en
la determinación de los pesos atómicos, también fue depurado, como
firmante del manifiesto “Contra la barbarie fascista” publicado tras el
bombardeo aéreo de Madrid.
El CSIC nació para buscar “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”
Son solo algunos de los ejemplos que aparecen en Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950), cuyo segundo autor es Juan Luis Rubio,
profesor de Historia de la Educación en la Universidad de Sevilla. El
Decreto del 8 de noviembre de 1936, dictado por Franco en Salamanca,
había ganado. Era una orden de eliminar “las ideologías e instituciones
disolventes, cuyos apóstoles han sido los principales factores de la
trágica situación a que fue llevada nuestra Patria”.
Sobre las cenizas de la JAE,
y bajo la batuta de José María Albareda, miembro del Opus Dei más tarde
ordenado sacerdote, se creó en 1939 el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC). Albareda propuso en un primer
momento que se denominase Nacional en lugar de Superior, pero en
cualquier caso el CSIC nació para intentar “la restauración de la
clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”,
según la ley que lo creó el 24 de noviembre de 1939.
Aquel texto
criticaba la supuesta “pobreza y paralización” de la ciencia en España
durante el primer tercio del siglo XX. Franco decretaba el olvido de la
JAE, una falta de memoria que se repitió de manera sorprendente en 2014,
en el 75 aniversario del CSIC, cuando el organismo pasó de puntillas
por su pasado de exilios y depuraciones en los actos de celebración. El
actual presidente del CSIC es Emilio Lora-Tamayo, hijo de Manuel
Lora-Tamayo, ministro de Educación con Franco y también presidente del
CSIC, entre 1967 y 1971.
El franquismo convirtió a España en uno de los países "más subdesarrollados del continente en ciencia", según Castillo
Con la llegada de la dictadura, El origen de las especies
de Charles Darwin se convirtió en una obra totalmente prohibida. El
ministro Ibáñez Martín incluyó pasajes del Génesis bíblico en algunos
libros de Ciencias Naturales. La investigación de la evolución humana,
que había empezado a despuntar gracias a la JAE, fue sustituida por Adán
y Eva. La paleontología “se retrotraía hasta el Cuarto Concilio de
Letrán”, organizado por el papa Inocencio III en el año 1215, según
Castillo.
“Hay que reconocer que en esto el franquismo fue
pionero: se adelantó decenas de años a la corriente creacionista tan en
boga hoy en algunas universidades norteamericanas que afinan la
inventiva para introducir sus teorías como avaladas por la ciencia”,
ironiza el catedrático emérito.
“La falta de libertad de
pensamiento y de expresión durante casi 40 años taró al país y lo
convirtió en uno de los más subdesarrollados del continente en ciencia y
en cultura general”, sentencia Castillo. El Auditorio de la Residencia
de Estudiantes, una de las joyas de la JAE en Madrid y sede de
importantes conferencias científicas internacionales, fue demolido
parcialmente y se convirtió en una iglesia. “Si de las basílicas romanas
surgieron las primitivas iglesias cristianas, por qué de un teatro o
cine, en donde se pensaba ir ensuciando y envenenando, con achaques de
cultura y de arte, a la juventud española, no puede surgir un oratorio,
una pequeña iglesia para que sea el Espíritu Santo el verdadero
orientador de esta nueva juventud de España”, escribió tras la Guerra
Civil su arquitecto, Miguel Fisac, por entonces miembro del Opus Dei.