Fuente: Unión de Editoriales Universitarias Españolas
Entrevista a Manuel Castillo y Juan Luis Rubio, autores del libro
"Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950)", publicado por la
Diputación Provincial de Sevilla y Vitela Gestión Cultural
- Adquirir conocimientos, centrar el modelo en la razón y subrayar los avances técnicos, científicos e intelectuales que permiten la supervivencia de la especie humana.
- Dar importancia suprema a los principios de libertad, justicia social y respeto a las leyes.
- Evitar el empobrecimiento estructural del pensamiento no restringiéndolo por ideologías dictatoriales, y promover el raciocinio sin corsés.
P. Se ha hablado mucho de las reformas educativas que quedaron interrumpidas en julio del 36. ¿Qué aporta este libro?
R.
Es uno de los temas claves de la historia contemporánea de nuestro
país, y en este libro se trata con rigor científico, a partir de libros y
documentos, el aporte de datos inéditos hasta ahora. En relación a la
enseñanza, la obra da cuenta de las transformaciones emprendidas por la
república, analizando la realidad material de su impulso junto a las
ideas e instituciones que las protagonizaron. Al tiempo, se reúne el
estudio de las medidas que tomaron los sublevados desde el inicio de la
guerra civil en aquellos territorios que se sumaron al denominado
movimiento nacional. Es un intento de analizar y dar a conocer la
realidad de la enseñanza tanto en la escuela e instituto, y en la
universidad y centros de investigación. Además, Manuel Castillo describe
su experiencia personal como alumno del profesor Pedro Castro Barea,
educado en la Institución de Libre Enseñanza (ILE), en la asignatura
Biología del curso selectivo en la Facultad de Ciencias de la
Universidad de Sevilla.
P. ¿Qué perseguía dicha reforma?
R.
Aumentar las posibilidades de acceso al saber y la cultura por medio de
la extensión de la enseñanza pública, obligatoria y gratuita que en
coherencia con el modelo republicano, era laica, siendo este uno de los
elementos no exento de contradicciones que acarreó a los gobiernos
progresistas el mayor problema en materia de política y legislación
educativa.
P. ¿Cómo surgió un plan tan ambicioso?
R.
Las reformas impulsadas por las revoluciones liberales donde se
reconoce que la soberanía reside en el pueblo, y hace que los modelos de
Estado basados en una constitución reconozcan el derecho a la educación
como parte de los derechos de libertad e igualdad. El problema en
España son los medios con los que conservadores y progresistas desde el
gobierno pugnan por prestar a la sociedad. Cuando termina el Sexenio
liberal (1868-1874) se impuso en la enseñanza criterios dictados por el
sector católico español más intransigente. En 1876 la universidad se ve
acuciada por férreas normativas legales, y muchos catedráticos y
auxiliares se unen a las protestas contra los decretos que pretendían
acabar con la libertad de cátedra. Un grupo de catedráticos encabezados
por Francisco Giner de los Ríos fundan la ILE. Posiblemente la única de
ese carácter cuya influencia se dejó notar en las personas que próximas
a ella alcanzaron el poder político y con ello la posibilidad de crear
leyes con que remodelar el sistema de enseñanza bajo principios comunes a
los países de Europa situados a la vanguardia del desarrollos
científico, económico y social. Y en 1907 comienza sus actividades
investigadoras la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas (JAE), centro inspirado en la ideología de la anterior.
Además, la escuela y el sistema de enseñanzas pasan a concebirse como un
derecho que el Estado debe prestar al conjunto de los ciudadanos como
base del modelo de Estado donde los derechos de igualdad y libertad
quedan protegidos por la norma fundamental. Durante los años de la
dictadura de Primo de Rivera es un hecho el impulso a la construcción de
escuelas y centros educativos.
P. Ustedes hablan en el libro de “guerra escolar”. ¿En qué consistió?
R.
Así se ha dado en denominar el problema entre el Estado y la Iglesia en
materia de enseñanza. Un problema basado sobre todo en dos cuestiones
fundamentales y en las acciones emprendidas por el gobierno para
implantarlas. La primera además de simbólica con la retirada del
crucifijo de las aulas era la supresión de la obligatoriedad de la
enseñanza de la religión, si bien dejaba a los padres la elección de que
sus hijos la cursaran y al maestro la de decidir si era él o un
sacerdote quien la impartiera. La segunda fue la prohibición a las
órdenes religiosas de regentar centros docentes, aunque una parte de
ellas transformó sus colegios en aparentes instituciones laicas con
cambios de titular, nombre y apariencia formal. La Constitución de 1931
establecía que el Estado era aconfesional, restablecía la libertad
religiosa, por tanto no tenía religión oficial, lo que abría un proceso
de secularización en la enseñanza. Lo que significaba la desaparición
de la acción de la Iglesia en la docencia a cualquier nivel. Las
autoridades eclesiásticas aducían que la Iglesia tenía derecho a
impartir enseñanza según sus dogmas, y que los padres deben tener
libertad para elegir el centro docente. También defendían la potestad y
la competencia de la familia, junto a que la Iglesia tenía en este
quehacer un mandato divino. Según esto el derecho del Estado quedaba en
un lugar subsidiario.
P. ¿Cómo se puede valorar aquella reforma en el contexto internacional del momento?
R.
Cuando la ciencia española a principio del siglo XX se estaba
renovando, se hace presente el programa de ayudas de la JAE. Bajo la
política de pensionados la mayoría de matemáticos, físicos, químicos,
astrónomos estudiaron en centros europeos y norteamericanos de
prestigio, y al regresar lo hicieron con programas de investigación
nuevos y continuistas con las técnicas aprendidas, y frecuentemente en
colaboración con aquellos centros extranjeros. La I Guerra Mundial
obligó a suspender la presencia de españoles en Congresos y reuniones
científicas internacionales, reanudándose en los años veinte. Y en esos
años se inicia y consolidan laboratorios dedicados a las ciencias más en
auge en Europa, por ejemplo, la radiactividad. Hay que ser conscientes
de que esta realidad se desarrolla posteriormente en plena recesión
económica y retroceso de las democracias liberales, frente a la pujanza
de las posiciones totalitarias en Alemania e Italia, con el contrapunto
del éxito del modelo de economía planificada de la Unión Soviética.
P. ¿Qué se consiguió? ¿Hay algo que haya permanecido en el tiempo del espíritu de aquellas reformas?
R.
La JAE como renovadora de la ciencia española se preocupó de
proyectarla en el extranjero, establecer un sistema de becas
(pensionados) que permitiera a científicos y técnicos españoles
investigar en el extranjero, y que de aquellos centros y universidades
vinieran a España reputados científicos, entre ellos algún Premio Nobel.
También la presencia de españoles en instituciones, comisiones y
comités internacionales con sede en países europeos y americanos. La
respuesta a la segunda cuestión planteada aquí se puede situar en el
pacto constitucional que permitió la refundación del Estado y la
redacción del artículo veintisiete de la Constitución de 1978 que sigue
siendo un buen ejemplo de concordia entre los principios de igualdad y
libertad. En cierto sentido se puede ver que se sigue las iniciativas
de la JAE y se incentiva el intercambio de investigadores y docentes
españoles con extranjero, para lo que el ministerio correspondiente
destinaba a este fin dinero de su presupuesto. Todo esto perduró con
mayor o menor atención por parte de los poderes públicos implicados
hasta la primera década del siglo XXI. En la actualidad ha disminuido
notablemente el interés y la aportación económica a estos fines.
P.
Ustedes estudian en esta obra el desarrollo de la universidad española
desde 1890 a 1950. ¿Cómo recorre la universidad española ese período?
R.
La Universidad española siempre dependió del poder político y estuvo
lastrada por la dependencia de su control. Las cuestiones universitarias
son ejemplo de las restricciones a las libertades. Así pues, el
recorrido es de luces y sombras, a años de esplendor que alumbraron la
“Edad de Plata de la Ciencia Española”, le siguieron otros de
decadencia, incluso algunos de ostracismo. Es el fatal designio de la
ciencia y la técnica en España. La modernización científica cuenta con
eminentes figuras en el plano individual hasta la creación de la JAE. La
labor de ésta y de la ILE quedó suspendida con la Guerra Civil y
truncada con la victoria de los sublevados. Y no es que los científicos
fuesen todos militantes de la República, pues no faltaron republicanos
disociados de la defensa de aquella, como Julio Palacios. Lo opuesto es
Juan Negrín, símbolo del núcleo resistente, otro fue el rector Peset. La
acción punitiva franquista estuvo determinada a enterrar el espíritu
renovador que encarnaron aquellas instituciones, a las que consideraban
emblema de la antiespaña vencida. El intento de dotar de autonomía a las
universidades de César Silió, unido a la reforma pretendida de la
República, fue abolido al adaptarse el modelo dictado por los principios
del Movimiento Nacional.
P. ¿Cuáles son los avances más significativos?
R.
En química, física y medicina, destacan entre otros: Blas Cabrera en
electromagnetismo. Esteban Terrada Illa en mecánica cuántica y la
relatividad especial. Juan María Plans y Freyre, que introdujo en España
la nueva Física con temas de termodinámica, mecánica y astronomía
teórica. Julio Palacios Martínez en isotermas del neón y otros gases
nobles a bajas temperaturas. Miguel Antonio Catalán Sañudo en la
interpretación de la estructura de espectros y asignación de líneas a
series espectrales, de interés en análisis químico. Eugenio Piñerúa
Álvarez da su nombre a quince reacciones analíticas. José Casares Gil
en el análisis de agua y estudios sobre los ácidos naftálico y
tiosulfúrico. Antonio Tomás Laureano Calderón Arana contribuyó al
desarrollo de la Bioquímica en España. Enrique Moles Ormella en Química
Inorgánica y Química-Física, concretamente en estequiometria y
magnetoquímica; y determinó el peso atómico de los halógenos y el
volumen molecular normal de los gases. Antonio de Gregorio Rocasolano,
fundó el laboratorio de investigación bioquímica en Zaragoza, y cultivó
la química de coloides. Estudió la química agrícola referente al
nitrógeno del suelo con fines médicos. Juan Negrín en fisiología.
Santiago Ramón y Cajal en neurociencia. Torres Quevedo en trabajos sobre
tecnociencia. La injertación y transplantación son –en términos de
Ramón y Cajal– los procesos principales de incorporación de
conocimientos y personas a la vida de la universidad en el primer tercio
del siglo XX.
P.
¿Qué relación existe entre nuestra universidad y otras instituciones
extranjeras en los diferentes momentos políticos de aquellos años?
R.
Entre las muchas colaboraciones que se conoce, además de los
científicos y técnicos citados, están: Rafael Campalans i Puig,
Universidad de la Sorbona (1911), en cálculo diferencial e integral.
Manuel Martínez Risco con Pieter Zeeman, en Holanda (1911), en
astrofísica. Lluis Rodés Campdera, en Suecia (1914), en Holanda y EEUU
(1916), en astronomía. Casimir Lana Serrate, en Berlín (1918), y MIT de
Cambridge (1919), en química y física. José Tinoco Acero, en París
(1924), en señales radiotelegráficas. Hay correlación entre lo
investigado y trabajado en el extranjero entre 1911 y 1936 y la elevada
productividad científica, que se acerca al 75%. Al regresar encontraron
los laboratorios apropiados para continuar sus trabajos, interpretación
alejada de los historiadores fieles a la propaganda aliadófila, que
decían lo contrario. Esta productividad reflejaba capacidad para
participar en las vanguardias científicas, lo que no se hubiera
conseguido sin continuidad en las colaboraciones con centros
extranjeros. El resultado final de la Segunda Guerra Mundial dada la
afinidad militar y política del régimen del general Franco supuso la
incorporación de científicos afines a la política del partido nacional
socialista alemán en la estructura productiva y económica, como sucede
en el desarrollo de armamento –Cetme, aviones Messerschmitt en Sevilla,
entre otros–.
P. Desde el punto de vista de la ciencia, ¿qué caracteriza el período que ustedes han estudiado?
R.
Sin duda lo más característico es la creación y las actividades
desarrolladas en la ILE y la JAE. Aunque son diferentes en algunos
aspectos no se puede hablar independientemente de ambas pues se
complementaron. Nacen en tiempos y circunstancias distintos: la ILE está
marcado por la conciencia del desastre nacional que se ha cifrado en la
fecha de 1898; era una institución privada mientras que la JAE era un
organismo público. La ILE se dedicó directamente a la formación de
alumnos, mientras que la JAE prestó máxima atención al fomento y mejora
de la enseñanza universitaria, a la formación de profesores e
incentivar la investigación entre 1907 y 1936. Si la ILE nació para
defender la libertad intelectual, la JAE para reformar la cultura. Una y
otra se vieron obligadas a luchar por tener libertad de pensamiento y
de acción, es decir amor a la humanidad. El pensamiento de Ortega y
Gasset acerca de una europeización de España encontraba en estas
instituciones el instrumento.
P.
En el libro se incluyen las biografías de 55 científicos españoles que
destacaron durante el tiempo estudiado. Al componer las biografías de
todos ellos ¿con qué se han encontrado?
R.
Los biografiados son una muestra representativa de los científicos y
técnicos que con sus trabajos pusieron el nivel de la ciencia y la
técnica española al mismo que había en otros países, y superior a
algunos. Los aquí mencionados responden al prototipo de quienes han
desarrollado una enorme labor durante el primer tercio del siglo XX,
para que España no fuera tomada como una débil nube, y que gracias a
ellos se produjo eclosión de las ciencias. Han pasado muchos años,
demasiados ya, y desgraciadamente aún no han podido regresar a España
los archivos de los mejores intelectuales exiliados tras la contienda
fratricida. Miles de papeles de nuestra cultura, de ciencia y de letras,
permanecen olvidados, arrinconados o dispersos por buena parte de la
geografía europea y americana en manos públicas y privadas. En muchos
casos su traslado ya no será posible debido a que esos países han
levantado férreos cercos legales y los posibles litigios por
recuperarlos serían interminables. No obstante, siempre es aconsejable
llegar a acuerdos que permitan obtener copia de dichos repositorios para
que ese rico patrimonio no corra el riesgo de perderse definitivamente.
La digitalización de esos archivos se convierte en la vía idónea para
reparar esa orfandad y abre también nuevas posibilidades a los
estudiosos. La técnica actual brinda herramientas poderosas para el
tratamiento de esas imágenes, así se evita cometer errores de
transcripción frecuentes con grisáceas fotocopias. Invertir en la
conservación de los archivos de nuestros creadores de reconocido
prestigio internacional revertirá en idealismo y cultura, único mimbre
para rehacer nuestro maltrecho y viejo materialismo económico. Esperamos
que nada impida la llegada desde países foráneos los documentos y
libros más preciados de aquellos que se vieron obligados a dejar su país
por ser consecuente con sus ideales.
P. Tras estudiar la historia, ¿qué análisis hacen del presente de la educación y la ciencia en nuestro país?
R.
Lo sucedido en la ciencia y la técnica española en el período aquí
estudiado, es el penúltimo avatar de esta historia: al auge, desarrollo,
respeto, alta consideración y estima de la ciencia y la técnica fuera
de nuestras fronteras, le sucede el ostracismo, deterioro y retraso. Si
ponemos en unos ejes de coordenadas tiempo y avances se describe
“campanas de Gauss” o “dientes de sierra” desde la Edad Media hasta el
siglo actual. La historia española reitera sus ciclos y, pese a los
trascendentales cambios políticos a veces introducidos, muchos reflejos
condicionados del pasado permanecen. Más de lo permisible, personas a
las que se les supone racionalidad como gestor de lo público destilan
ideas obsoletas, e imponen una segregación grupal absurda y degradante a
quienes tienen ideas diferentes a las suyas. Es decir, desahucian el
conocimiento científico. Si el conocimiento es el ámbito donde se
despliega la razón, comprender supone estar abierto a la aceptación de
lo histórico como sucesión de interrogantes, no como su solución. Hay
que recordar el pasado para no perder el rumbo del futuro. Para hacer
una verdadera reforma en el siglo XXI no necesitamos transformar ni
reinventar ni reescribir, sino buscar una interpretación sana y
prudente para volver a sus propósitos originales:
- Adquirir conocimientos, centrar el modelo en la razón y subrayar los avances técnicos, científicos e intelectuales que permiten la supervivencia de la especie humana.
- Dar importancia suprema a los principios de libertad, justicia social y respeto a las leyes.
- Evitar el empobrecimiento estructural del pensamiento no restringiéndolo por ideologías dictatoriales, y promover el raciocinio sin corsés.
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